Una reciente campaña publicitaria del retail Falabella, enmarcada en la celebración del Día de la Madre, desató una oleada de comentarios racistas en redes sociales tras incluir a una modelo afrodescendiente como una de sus imagenes. Aunque algunos internautas salieron en defensa de la inclusión y diversidad, otros expresaron un rechazo visceral, alegando que la mujer “no representa a la chilena”.
Las críticas más virulentas no solo cuestionaron la elección de la modelo, sino que deslizaron una visión profundamente estereotipada de la “identidad chilena”, negando de plano la existencia de chilenas de rasgos nativos . En un comentario ampliamente viralizado se llegó incluso a afirmar: “en Chile las mujeres no nos vemos así, no somos negras, afrodescendientes ni zambas”.
Este tipo de reacciones, aunque no representan a la mayoría, exponen un problema de fondo: una identidad nacional construida desde la exclusión y el blanqueamiento, que desconoce la diversidad real de la población chilena. Aún hoy, persisten imaginarios racistas que idealizan un tipo de mujer “chilena” caucásica y de rasgos europeos, al tiempo que marginan o invisibilizan a mujeres indígenas, afrodescendientes, migrantes o de contextos populares.
Como contrapartida, muchos usuarios salieron al paso de la polémica, acusando de racismo a quienes se ofendieron con la campaña. “Han puesto por décadas modelos rubias y nadie dijo nada. Ahora sale una mujer morena y se rasgan las vestiduras”, escribió una usuaria. Otros recordaron que sí existen afrodescendientes chilenos desde tiempos coloniales y que hoy miles de niñas chilenas —hijas de migrantes— se parecen a la modelo de la campaña.
Este episodio, más que una simple controversia publicitaria, abre una conversación necesaria sobre cómo se construye la identidad cultural en Chile y qué cuerpos se consideran dignos de representar lo “nacional”. El problema no es la campaña de Falabella, sino la reacción que generó, que refleja una herida profunda de autopercepción social: una incapacidad de reconocer.